Fue el tercer sucesor de San Pedro (después de Lino y Cleto) y gobernó a la Iglesia desde el año 93 hasta el 101. El año 96, escribió una carta a Los Corintios, que es, después de las cartas de San Pedro, el documento papal más antiguo que se conoce. En esa carta da muy hermosos consejos y recomienda obedecer siempre al Pontífice de Roma –un buen ejemplo de ello es cuando dice: “el que se conserva puro no se enorgullece por ello, porque la pureza es un regalo gratuito de Dios y no una conquista nuestra”-. Por ser cristiano, fue desterrado por el emperador Trajano a Crimea (al sur de Rusia) y condenado, junto con otros dos mil cristianos, a trabajos forzados. En las actas antiguas se nos informa que ellos le decían al santo: “ruega por nosotros, Clemente, para que seamos dignos de las promesas de Cristo”. San Ireneo (que vivió en el siglo segundo) dice que Clemente vio a los santos apóstoles Pedro y Pablo, y trató con ellos. Las actas antiguas añaden que, durante su estadía en Crimea, convirtió a muchísimos paganos y los bautizó. Los obreros de la mina de mármol sufrían mucho de sed porque la fuente de agua más cercana estaba a 10 Km de distancia. Él oró con fe y ocurrió un milagro: apareció una fuente de agua cristalina cerca del lugar de castigo. Esto le dio más fama de santidad y le permitió conseguir muchas conversiones más. Un día, las autoridades le exigieron que adorara a Júpiter. Él dijo que solo adoraba a Dios. Entonces, fue arrojado al mar con un hierro pesado amarrado al cuello para que los cristianos no pudieran venerar su cadáver. Sin embargo, una gran ola devolvió su cadáver a la orilla. En el año 860, San Cirilo y San Metodio llevaron a Roma los restos de San Clemente, los cuales fueron recibidos con gran solemnidad y se mantienen allá hasta nuestros días.

 

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