Cuatro domingos nos hacen falta para concluir este tiempo litúrgico, que cerrará con la celebración de Jesucristo Rey del Universo. Este domingo, la Liturgia de la Palabra es clara: Dios está atento de quien sufre y pide perdón, para ayudarlo y perdonarle; ahora bien, esto no implica que podamos desentendernos de nuestra responsabilidad ante el Señor y ante los otros, pensando que por nuestras propias obras ya hemos sido justificados. Ya nos lo decía el Evangelio: ‘todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido’. En la primera lectura, del libro del Eclesiástico, se nos presenta a un Dios cercano, a un Dios que escucha y atiende el clamor de todos aquellos que sufren en la historia, y que en el caso de Israel son: los huérfanos, las viudas, los enfermos, los pobres, etc. A todos los oprimidos de la historia, sin importar su tiempo y lugar, Dios los ha escuchado, y está actuando en su favor. Al respecto, la respuesta del Salmo es muy diciente: ‘si el afligido invoca al Señor, él lo escucha’. No podemos desconocer que en muchas de nuestras situaciones difíciles culpamos a Dios, sin detenernos a pensar. Cuanto bien nos haría confiar en el Señor en los momentos difíciles. En la segunda lectura, de la segunda carta de Pablo a Timoteo,  se nos muestra cómo el apóstol ha encarnado todos los sufrimientos posibles por su fe en Cristo, al tiempo que evidencia la acción salvadora de Dios en su historia. Ninguna de las dificultades por las que atravesó fue motivo suficiente para que abandonara su fe. Ojala llegue el día en que podamos decir como san Pablo: ‘he combatido bien mi combate, he corrido hasta la meta, he mantenido mi fe’. Por último, En el Evangelio según san Lucas, se nos muestra que es el amor de Dios, en Jesús, el que justifica al Hombre, y no las obras de este último; por lo tanto, no podemos caer en el absurdo de pensarnos totalmente absueltos, sino siempre necesitados de la misericordia divina. Ojalá no estemos en el lugar del fariseo sino en el del publicano, y que podamos decir, con todo el corazón: ¡oh Dios!, ten compasión de este pecador.

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