Presbítero y doctor de la Iglesia. Este santo fue sobre todo testigo del tránsito de la cultura cristiana griega y siria, compartida por la parte oriental del Imperio bizantino, a la novedad del Islam, que se abría paso a través de conquistas militares en el territorio que hoy se conoce como Medio o Cercano Oriente. San Juan Damasceno nació alrededor del año 675 en una rica familia cristiana, por lo que se ocupó de las finanzas del califato. Insatisfecho de la vida de corte, en torno al año 700 ingresó en el monasterio de san Saba, cerca de Jerusalén. Allí se dedicó con todas sus fuerzas a la ascesis y a la actividad literaria, como también a la actividad pastoral. El Papa León XIII lo proclamó doctor de la Iglesia universal en 1890.  Es recordado sobre todo por sus tres “Discursos contra los que calumnian las santas imágenes”. En estos discursos aparecen los primeros intentos teológicos de legitimar la veneración de las imágenes sagradas, vinculándolas con el misterio de la Encarnación del Hijo de Dios en el seno de la Virgen María. Damasceno fue uno de los primeros que distinguió en el culto público y privado de los cristianos entre adoración (latreia) y veneración (proskynesis): la primera se puede dirigir únicamente a Dios y la segunda sin embargo, puede usar una imagen para dirigirse a aquel que está representado en la misma imagen. Esta distinción fue muy importante para responder de modo cristiano a quienes insistían en que fuera universal y perenne la prohibición severa del Antiguo Testamento sobre el uso cultual de las imágenes.  San Juan Damasceno es un testigo privilegiado del culto de los iconos, que será uno de los aspectos más característicos de la teología y de la espiritualidad oriental hasta hoy. Su enseñanza se inserta en la tradición de la Iglesia universal, cuya doctrina sacramental prevé que elementos materiales tomados de la naturaleza puedan ser fuente de gracia en virtud de la invocación (epiclesis) del Espíritu Santo, acompañada por la confesión de la verdadera fe. El santo sirio admitió la veneración de las reliquias de los santos sobre la base de la convicción de que los santos cristianos, al haber participado en la resurrección de Cristo, no pueden ser considerados simplemente como “muertos”.

 

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