Durante todo el año litúrgico hemos seguido el Evangelio de San Mateo. Hoy es el último domingo del Tiempo ordinario y también su lectura es como el resumen de toda su Buena Noticia: Cristo es el Juez Universal y el amor al hermano el tema de la confrontación de cada hombre con Él. Cada año es diferente la perspectiva en la que se presenta este misterio de la realeza de Cristo. En este día, no se nos ofrece en su aspecto teológico (su origen divino, por ejemplo), sino en su actuación: se le llama Rey, pero las lecturas traducen también esta realeza llamándolo “Pastor, Juez, Salvador”. El profeta Ezequiel anuncia que el mismo Dios se va a preocupar de su pueblo: como pastor, guía, médico, juez, liberador, reunificador… Es el aspecto que recoge el salmo responsorial, cantando a Dios como nuestro mejor pastor. Nosotros sabemos que esta profecía se ha cumplido perfectamente en Cristo Jesús, en quien Dios se nos ha acercado definitivamente: Pablo lo presenta como el Resucitado, que ha vencido al mal, y nos comunica su nueva vida a todos. La solidaridad con Cristo es la clave de nuestra salvación; como la solidaridad con el primer Adán ha sido también la clave de nuestra humanidad. Pero el apóstol tiene una perspectiva muy dinámica: el Reino de Cristo no está conquistado del todo. Vencerá progresivamente todo mal y, al final de los tiempos, entregará a su Padre el Reino completo, con todos los que han creído en Él. El gesto de sorpresa de los buenos y los malos -en la escenificación que ha hecho Mateo de este juicio- no es extraño: el que la pregunta última sea el haber dado o no de comer a los pobres, el haber visitado o no a los solitarios… parecería, en un primer momento, que no está a la altura de toda la doctrina sublime del Evangelio. Sin embargo, lo es: el examen va a ser sobre el amor. La palabra “amor” no sale en el Evangelio de hoy: se traduce en unas actitudes que son mucho más concretas. Las famosas “obras de misericordia”, que pueden tener un nombre antiguo, pero que siguen teniendo actualidad muy viva y que, además, sorprendentemente, coinciden con los programas de muchas instituciones, partidos y movimientos de nuestra sociedad: el ayudar a los débiles, el apoyar a los marginados. Es por estos actos por los que vamos a tener que responder: ¿qué opción he hecho en mi vida: ser hermano” de los demás, o serles extraño? ¿Amar o quedar al margen? ¿De qué me he querido enriquecer: de dinero, de poder, de éxitos, o de obras de amor a los más necesitados? La confrontación es clara. Todos los pueblos van a comparecer ante el Juez de la historia, Cristo Jesús. Y como su enseñanza fundamental ha sido el amor (a Dios y a los hombres), la pregunta decisiva va a ser esto mismo. Esta conclusión del año litúrgico es claramente educativa para todos nosotros.

 

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