Muchas veces, la historia del martirio es fruto de piadosas fantasías, narraciones legendarias, transmitidas con el propósito de edificación. El caso de la noble Catalina puede ser uno de ellos, pues su martirio generó mucha fantasía popular en cuanto parecía tratarse de una joven de alto rango, hermosa en su cuerpo y en su alma. Maximino Daia, que había sucedido al tío Galerio en el gobierno de las provincias africanas, se habría enamorado de Catalina hasta el punto de tratar de divorciarse de su esposa para casarse con ella. Ante el decidido rechazo de la joven cristiana, la había puesto en presencia de cincuenta filósofos, así dice la leyenda, para que la convencieran de que Cristo, habiendo muerto en Cruz, no podía ser Dios. Pero Catalina, usando su excelente arte retórica y sus buenos conocimientos filosóficos y teológicos, terminó atrayendo a su causa a esos sabios, quienes, iluminados por la gracia, se adhirieron al cristianismo. Doblemente derrotados a los ojos de los paganos, obtuvieron la corona del martirio. En cuanto a Catalina, Ma­ximino trató de hacerla triturar con unas ruedas que tenían puntas de hierro, las cuales se doblaron como si fueran de mimbre al contacto con el tierno cuerpo de la joven. Por este episodio, los que tienen que trabajar con ruedas de hierro la han elegido como su Patrona. Llevada fuera de la ciudad, cuenta la leyenda popular, la señorita fue decapitada, pero del cuello cortado, como del tallo de ciertas plantas, en vez de salir sangre, salió un chorro de leche, por esto las nodrizas la veneran como su protectora. Los prodigios no terminaron aquí: del cielo bajaron los ángeles y se llevaron el cuerpo de la mártir al monte Sinaí, en donde, posteriormente, se levantó un santuario en su honor.

 

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