En aquellos días, unos hombres espiaron a Daniel y lo sorprendie­ron orando y suplicando a su Dios. Entonces fueron a decirle al rey: «Majestad, ¿no has firmado tú un decreto que prohíbe hacer oración, durante treinta días, a cualquier dios o cualquier hombre fuera de ti, bajo pena de ser arrojado al foso de los leones?» El rey contestó: «El decreto está en vigor, como ley irrevocable de medos y persas.» Ellos le replicaron: «Pues Daniel, uno de los deportados de Judea, no te obedece a ti, majestad, ni al decreto que has firmado, sino que tres veces al día hace oración a su Dios.» Al oírlo, el rey, todo sofocado, se puso a pensar la manera de sal­var a Daniel, y hasta la puesta del sol hizo lo imposible por librarlo. Pero aquellos hombres le urgían, diciéndole: «Majestad, sabes que, según la ley de medos y persas, un decre­to o edicto real es válido e irrevocable.»  Entonces el rey mandó traer a Daniel y echarlo al foso de los leo­nes. El rey dijo a Daniel: «¡Que te salve ese Dios a quien tú veneras tan fielmente!» Trajeron una piedra, taparon con ella la boca del foso, y el rey la selló con su sello y con el de sus nobles, para que nadie pudiese modi­ficar la sentencia dada contra Daniel. Luego el rey volvió a palacio, pasó la noche en ayunas, sin muje­res y sin poder dormir. Madrugó y fue corriendo al foso de los leones. Se acercó al foso y gritó afligido: «¡Daniel, siervo del Dios vivo! ¿Ha podido salvarte de los leo­nes ese Dios a quien veneras tan fielmente?» Daniel le contestó: «¡Viva siempre el rey! Mi Dios envió su ángel a cerrar las fauces de los leones, y no me han hecho nada, porque ante él soy inocente, como tampoco he hecho nada contra ti.» El rey se alegró mucho y mandó que sacaran a Daniel del foso. Al sacarlo, no tenía ni un rasguño, porque había confiado en su Dios. Luego mandó el rey traer a los que habían calumniado a Daniel y arrojarlos al foso de los leones con sus hijos y esposas. No habían llegado al suelo, y ya los leones los habían atrapado y despedazado. Entonces el rey Darío escribió a todos los pueblos, naciones y len­guas de la tierra: «¡Paz y bienestar! Ordeno y mando que en mi imperio todos res­peten y teman al Dios de Daniel. Él es el Dios vivo que permanece siem­pre. Su reino no será destruido, su imperio dura hasta el fin. Él salva y libra, hace signos y prodigios en el cielo y en la tierra. Él salvó a Da­niel de los leones.» «Palabra de Dios. Te alabamos Señor»

SALMO RESPONSORIAL

Dn 3, 68. 69. 70. 71. 72. 73. 74

R/. Ensalzadlo con himnos por los siglos.

Rocíos y nevadas, bendecid al Señor. /R.

Témpanos y hielos, bendecid al Señor. /R.

Escarchas y nieves, bendecid al Señor. /R.

Noche y día, bendecid al Señor. /R.

Luz y tinieblas, bendecid al Señor. /R.

Rayos y nubes, bendecid al Señor. /R.

Bendiga la tierra al Señor. /R.

EVANGELIO

Levantaos, alzad la cabeza: se acerca vuestra liberación

Lectura del santo Evangelio según san Lucas 21, 20-28

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Cuando veáis a Jerusalén sitiada por ejércitos, sabed que está cerca su destrucción. Entonces, los que estén en Judea, que huyan a la sierra; los que estén en la ciudad, que se alejen; los que estén en el campo, que no entren en la ciudad; porque serán días de venganza en que se cumplirá todo lo que está escrito. ¡Ay de las que estén encinta o criando en aquellos días! Porque habrá angustia tremenda en esta tierra y un castigo para este pueblo. Caerán a filo de espada, los llevarán cautivos a todas las naciones, Jerusalén será pisoteada por los gentiles, hasta que a los gentiles les llegue su hora. Habrá signos en el sol y la luna y las estrellas, y en la tierra angus­tia de las gentes, enloquecidas por el estruendo del mar y el oleaje. Los hombres quedarán sin aliento por el miedo y la ansiedad ante lo que se le viene encima al mundo, pues los astros se tambalearán. Entonces verán al Hijo del hombre venir en una nube, con gran poder y majestad. Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza: se acerca vuestra liberación. » «Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús»

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