SOLEMNIDAD DE TODOS LOS SANTOS
La liturgia nos invita a compartir el gozo celestial de los santos, a disfrutar de su alegría. Los santos no son un conjunto limitado de elegidos, sino una muchedumbre innumerable, hacia la que la liturgia nos invita hoy a elevar nuestra mirada. En esa muchedumbre, no sólo están los santos reconocidos de forma oficial, sino también los bautizados de todas las épocas y naciones, que se han esforzado por cumplir la voluntad divina con amor y fidelidad. De gran parte de ellos no conocemos ni el rostro ni el nombre, pero, con los ojos de la fe, los vemos resplandecer, como astros llenos de gloria, en el firmamento de Dios. En la primera lectura, el autor del libro del Apocalipsis los describe como «una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, raza, pueblo y lengua» (Ap 7, 9). En este pueblo están incluidos: los santos del Antiguo Testamento, desde el justo Abel y el fiel patriarca Abraham, los del Nuevo Testamento, los numerosos mártires del inicio del cristianismo y los beatos y santos de los siglos sucesivos, así como los testigos de Cristo de nuestro tiempo. A todos los une la voluntad de encarnar el Evangelio en sus vidas bajo el impulso del eterno animador del pueblo de Dios, que es el Espíritu Santo. Pero, “¿de qué sirve nuestra alabanza a los santos, nuestro tributo de gloria y esta solemnidad nuestra?”. Con esta pregunta comienza una famosa homilía de San Bernardo para el día de Todos los Santos. Es una pregunta que también se puede plantear hoy. También es actual la respuesta que el Santo da: “Nuestros santos ―dice― no necesitan nuestros honores y no ganan nada con nuestro culto. Por mi parte, confieso que, cuando pienso en los santos, siento arder en mí grandes deseos” Este es el significado de la solemnidad de hoy: contemplar el luminoso ejemplo de los santos y suscitar, en nosotros, el gran deseo de ser como ellos, felices por vivir cerca de Dios, en su luz, en su gran familia. Ser santo es la vocación de todos nosotros. Este llamado ha sido reafirmado con vigor por el Concilio Vaticano II y hoy se vuelve a proponer de modo solemne a nuestra atención. Pero, ¿cómo podemos llegar a ser santos, amigos de Dios? A esta pregunta se puede responder, ante todo, de forma negativa: para ser santos no es preciso realizar acciones y obras extraordinarias, ni poseer carismas excepcionales. Luego viene la respuesta positiva: es necesario, ante todo, escuchar a Jesús y seguirlo sin desalentarse ante las dificultades. «Si alguno me quiere servir ―nos exhorta―, que me siga, y donde yo esté, allí estará también mi servidor. Si alguno me sirve, el Padre lo honrará» (Jn 12, 26). Quien se fía de él y lo ama con sinceridad, como el grano de trigo sepultado en la tierra, acepta morir a sí mismo, pues sabe que quien quiere guardar su vida para sí mismo la pierde, y quien se entrega, encuentra así la vida (cf. Jn 12, 24-25). La experiencia de la Iglesia demuestra que toda forma de santidad, aunque ha seguido sendas diferentes, pasa siempre por el camino de la cruz, el camino de la renuncia a sí mismo. La santidad exige un esfuerzo constante pero todos, en principio, pueden obtener ese don porque, más que obra del hombre, es, ante todo, un bien de Dios, tres veces santo (cf. Is 6, 3). En la segunda lectura, el apóstol San Juan dice: «mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos!» (1 Jn 3, 1). Esta cita pone de manifiesto que es Dios quien nos ha amado primero y, en Jesús, nos ha hecho sus hijos adoptivos. Todo es don de su amor en nuestras vidas. ¿Cómo quedar indiferentes ante un misterio tan grande? ¿Cómo no responder al amor del Padre celestial con una vida de hijos agradecidos? Cristo se nos entregó totalmente, por esta razón nos llama a una relación personal y profunda con él. Cuanto más imitamos a Jesús y permanecemos unidos a Él, tanto más entramos en el misterio de la santidad divina. Descubrimos que somos amados por Él de modo infinito, y esto nos impulsa a amar también nosotros a nuestros hermanos. Amar implica siempre un acto de renuncia a sí mismo y, precisamente, es así como nos hacemos felices. (Papa Benedicto XVI)
http://www.minutosdeamor.com/2010/11/01/solemnidad-de-todos-los-santos/SantosLa liturgia nos invita a compartir el gozo celestial de los santos, a disfrutar de su alegría. Los santos no son un conjunto limitado de elegidos, sino una muchedumbre innumerable, hacia la que la liturgia nos invita hoy a elevar nuestra mirada. En esa muchedumbre, no sólo están los...TeólogoMauricio Rincón Andrademauricio@minutosdeamor.comSubscriberMinutos De Amor
Deja un comentario
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.