SAN CARLOS BORROMEO. Obispo.
Deseo empezar con las palabras de la Carta a los Efesios: orad «por todos los santos, y por mí, a fin de que cuando hable me sean dadas palabras con que dar a conocer con libertad el misterio del Evangelio, del que soy embajador…» (Ef 6, 18-20). San Carlos Borromeo (1538-1584) es precisamente uno de esos santos, a quien le fue dada la palabra «para dar a conocer el Evangelio», del cual era «embajador», habiendo heredado su misión de los Apóstoles. El realizó esta misión de modo heroico con la entrega total de sus fuerzas. La Iglesia lo miraba y, al hacerlo, se edificaba: en el período del Concilio Tridentino, en cuyos trabajos participó activamente desde Roma, soportó el peso de una correspondencia nutrida, colaborando, para llevar a feliz éxito, la fatiga colegial de los padres conciliares, según las necesidades del Pueblo de Dios de entonces. Luego, el mismo cardenal, como arzobispo de Milán, sucesor de San Ambrosio, se convierte en el incansable realizador de las resoluciones del Concilio, traduciéndolas a la práctica mediante diversos Sínodos diocesanos. La Iglesia —y no sólo la de Milán— le debe una radical renovación del clero, a la cual contribuyó la institución de los seminarios, cuyo origen se remonta precisamente al Concilio de Trento. Y otras muchas obras se le atribuyen a su gestión, entre las cuales se destaca: la institución de las cofradías, de las pías asociaciones, de los oblatos-laicos, que prefiguraban ya a la Acción Católica, los colegios, los hospitales para pobres, y finalmente, la fundación de la Universidad de Brera en 1572. Los volúmenes de las Acta Ecclesiae Mediolanensis y los documentos que se refieren a las visitas pastorales atestiguan esta intensa y clarividente actividad de San Carlos, cuya vida se podría sintetizar en tres expresiones magníficas: fue un pastor santo, un maestro iluminado y un prudente y sagaz legislador. Cuando, algunas veces en mi vida, he tenido ocasión de celebrar el Santísimo Sacrificio en la cripta de la catedral de Milán, donde descansa el cuerpo de San Carlos, se me presentaba ante los ojos toda su actividad pastoral dedicada hasta el fin al pueblo que había sido enviado. Concluyó esta vida el año 1584, a la edad de 46 años, después de haber prestado un heroico servicio pastoral a las víctimas de la peste que habla afligido a Milán. (Audiencia del Papa Juan Pablo II)
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