El Espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido. Me ha enviado para dar la buena noticia a los que sufren, para vendar los corazones desgarrados, para proclamar la amnistía a los cautivos, y a los prisioneros la libertad, para proclamar el año de gracia del Señor. Desbordo de gozo con el Señor, y me alegro con mi Dios: porque me ha vestido un traje de gala y me ha envuelto en un manto de triunfo, como novio que se pone la corona, o novia que se adorna con sus joyas. Como el suelo echa sus brotes, como un jardín hace brotar sus semillas, así el Señor hará brotar la justicia y los himnos ante todos los pueblos. «Palabra de Dios. Te alabamos Señor»

 

SALMO RESPONSORIAL

Lc 1, 46-48. 49-50. 53-54

R/. Me alegro con mi Dios.

Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; porque ha mirado la humillación de su esclava. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones. /R.

Porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí: su Nombre es santo, y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación. /R.

A los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos. Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia. /R.

 

SEGUNDA LECTURA

Que su espíritu, alma y cuerpo sea custodiado hasta la venida del Señor

Lectura de la carta del apóstol San Pablo a los Tesalonicenses 5, 16-24

Hermanos: Estén siempre alegres. Sean constantes en orar. Den gracias en toda ocasión: esta es la voluntad de Dios en Cristo Jesús res­pecto de ustedes. No apaguen el espíritu, no desprecien el don de profecía; sino examínenlo todo, quedándose con lo bueno. Guárdense de toda forma de maldad. Que el mismo Dios de la paz los consagre totalmente, y que todo su espíritu, alma y cuerpo, sea custodiado sin reproche hasta la venida de nuestro Señor Jesucristo. El que los ha llamado es fiel y cumplirá sus promesas. «Palabra de Dios. Te alabamos Señor»

 

EVANGELIO

El Espíritu del Señor está sobre mí; me ha enviado para anunciar el Evangelio a los pobres.

Lectura del Santo Evangelio según San Juan 1, 6-8.19-28

Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: este venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la fe. No era él la luz, sino testigo de la luz. Y este fue el testimonio de Juan, cuando los judíos enviaron desde Jerusalén sacerdotes y levitas a Juan, a que le preguntaran: «¿Tú quién eres?» Él confesó sin reservas: «Yo no soy el Mesías». Le preguntaron: «¿Entonces, qué? ¿Eres tú Elías?» El dijo: «No lo soy». «¿Eres tú el Profeta?» Respondió: «No». Y le dijeron: «¿Quién eres? Para que podamos dar una respuesta a los que nos han enviado, ¿qué dices de ti mismo?» Él contestó: «Yo soy la voz que grita en el desierto: “Allanen el cami­no del Señor”, como dijo el profeta Isaías». Entre los enviados había fariseos y le preguntaron: «Entonces, ¿por qué bautizas, si tú no eres el Mesías, ni Elías, ni el Profeta?» Juan les respondió: «Yo bautizo con agua; en medio de ustedes hay uno que no conocen, el que viene detrás de mí, y al que no soy digno de desatar la correa de la sandalia». Esto pasaba en Betania, en la otra orilla del Jordán, donde estaba Juan bautizando. «Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús»

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